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En
penumbra se oye el tic-tac del tiempo. Estamos
perdidos, acabados. La música se desvanece en el
silencio de estos instantes. El público se ha ido. Su
murmullo aún parece oirse entre los arcos. El último
empleado ha apagado las luces. La luna llena se asoma
a la enorme ventana sumergiéndonos en un clima de mágica
irrealidad. Sus rayos se han acomodado en la sala y
hasta nosotros llegan para sentarse a nuestro lado.
Aunque
estamos solos todavía no hemos aceptado que la función
ha terminado. Aunque aún resuene en nuestros oídos
el ir y venir de los tramoyistas, aunque los aplausos
estén aún suspendidos
en la gran bóveda, todo es producto de nuestra
imaginación. Porque la función ha terminado. De nada
sirven ya las máscaras, ni los trucos de levantador
de peso. Denada valen ahora los gestos del enano ni la
mirada aterradora del prestidigitador, ni tan siquiera
la emoción creada por el equilibrista en el alambre.
Ahora estamos frente a frente con el teatro vacío -
el peor de los públicos, el más cruel, el que más
ofende. Una a una las butacas inflamadas por la luz de
la luna.
Aquí,
sentados, nosotros. Estamos todos: el enano pensativo,
el prestidigitador buscando su guante y ella... Ella, aún con el traje de tul almidonado, mira
tristemente al vacío. Por sus mejillas pálidas
resbalan finas lágrimas que a la luz de la luna
emiten destellos de planeta por descubrir. El payaso
se ha dejado caer en las escalinatas. Su mirada parace
arrancar melancólicos acordes al piano solemne que aún
parece vibrar. Los empleados del local han vuelto a
sus hogares. Nosotros no hacemos nada.
Estamos
en silencio. Se nos ha corrido el maquillaje deformándonos
la cara. Yo, no me atrevo a confesarlo pero siento que
es así, leo en sus rostros la gran sospecha de que la
función ha terminado. Ellos lo saben y yo lo sé.
¿Qué hemos de hacer ahora con estos
disfraces inútiles? |
¿Y con la careta, |
y con el alambre, |
y con las pesas del levantador, |
y con los pantalones del enano? |
Aún
parece oirse el murmullo del público en la sala pero
una visión, una sola y temida visión, se ha ido
apoderando de las bóvedas vacías a medida que el público
se ha ido retirando. Ahora ya ha conquistado
resueltamente el silencio de nuestros pensamientos: la
función ha terminado. Y todos los sabemos. La
penumbra suspende por ahora nuestras miradas. Es
enorme el silencio, realmente impresionante el
silencio. De vez en cuando alguien solloza. Es todo lo
que hacemos.
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