El Espíritu del Zen (*)
El Budismo
Zen es una tradición de más de dos mil quinientos años de
antigüedad. Es una tradición de despertar espiritual, es
decir, un camino de conocimiento, entendiendo el término
“conocimiento” como experiencia global de la realidad. Esto
es, el conocimiento del que habla el Zen incluye la
conciencia corporal, la emocional, la mental y la
espiritual. Dicho de otro modo, la totalidad de nuestro ser.
El Zen es
una práctica, un entrenamiento. Este entrenamiento tiene
como base la práctica sedente de la meditación zen y la
continuación de este estado de atención despierta a lo largo
de la vida cotidiana.
La
meditación y la enseñanza del Zen tienen su origen en el
Buda Sakiamuni, fundador histórico del Budismo. Más
exactamente, el Buda Sakiamuni fue en realidad el
actualizador de una tradición cuyos orígenes se pierden en
la historia. En efecto, en la últimas excavaciones
realizadas en Mohenjo Daro, una de las principales ciudades
de la civilización dravídica que se extendió por el valle
del Indo antes de la invasión de los indoeruropeos, se ha
encontrado una estatuilla de un asceta en la postura de
meditación del loto que los practicantes Zen de hoy en día
seguimos utilizando. Esta estatuilla ha sido datada como
procedente de alrededor el año 1800 a.C., es decir de hace
unos 3800 años.
Después de
la muerte del Buda Sakiamuni, su enseñanza se expandió por
toda la India, dando lugar a distintas escuelas e
interpretaciones. El Budismo llegó a China en el siglo II de
la era cristiana. Allí interactuó con el taoismo y con el
confucionismo, dando lugar a nuevas formas budistas.
Podríamos decir que el Zen, o Ch’an, en chino antiguo, fue
el fruto de la tradición budista india y del genio
particular de la cultura china. A partir del siglo VI, y
durante los siguientes cuatro siglos, el budismo zen fue la
principal escuela budista en China.
En el siglo
XIII pasó a Japón y también en el país del sol naciente tuvo
una influencia capital sobre toda la cultura japonesa
durante mas de cinco siglos.
Muy
recientemente, en 1967, la tradición viva del Zen fue
introducida en Europa por el maestro japonés Taisen
Deshimaru Roshi. En la actualidad, unos treinta años
después, existen en Europa más de doscientos centros de
práctica y son miles los europeos que han hecho de la
práctica del zen una constante en sus vidas cotidianas.
Tuve la
inmensa fortuna de estudiar y practicar el Zen con el
maestro Deshimaru en París, y después de seguir
profundizando con mi segundo maestro Shuyu Narita Roshi, en
Japón.
¿Qué es lo
que el Zen nos aporta a nosotros, mujeres y hombres
occidentales que vivimos en estos comienzos del siglo XXI?
¿Porqué son cada vez más numerosos los occidentales que,
desde finales de los años sesenta, nos sentimos
tremendamente atraídos por el espíritu del Zen? ¿Qué es el
espíritu del Zen?
En primer
lugar, el zen no es una religión en el sentido habitual del
término, es decir, un sistema dogmático de creencias. No es
tampoco una filosofía, en el sentido que la enseñanza del
zen no surge como fruto del pensamiento ni de la
especulación intelectual. Tampoco es una ideología a la que
adherirse de forma ciega e irracional. El Zen es una
experiencia interior que surge de la propia práctica. Este
punto es fundamental.
En el
pasado, durante siglos, las conciencias europeas estuvieron
sometidas por una religiosidad dogmática, por un sistema de
creencias impuesto a los individuos, quienes no podían
apartarse de él so pena de tortura y muerte.
El
Renacimiento supuso el inicio del despertar de la razón
crítica, de las ciencias naturales y de la reivindicación de
lo individual frente al poder coactivo de lo social.
Este
espíritu racional irrumpió con fuerza en la escena europea
con la Revolución francesa, que trajo la Ilustración, el
racionalismo, el comienzo de las ciencias positivas y de sus
aplicaciones tecnológicas, y la reivindicación del poder
civil y los derechos individuales frente al absolutismo
eclesiástico y político.
La razón, al
liberarse del yugo de la superstición religiosa, dio lugar a
nuevos sistemas políticos y al desarrollo de la ciencia. Las
aplicaciones tecnológicas de la ciencia dio lugar a la
Revolución Industrial y ésta a un inmenso progreso material,
a un acceso a los bienes de consumo nunca antes visto. El
Progreso, entendido como acumulación de riqueza material, se
convirtió en la “religión” del Occidente capitalista.
A mediados
de los sesenta, el materialismo, ya fuera en su versión
materialismo dialéctico del bloque soviético o en su versión
de materialismo capitalista del bloque occidental, dominaba
la escena internacional. Por otra parte, desde el
Renacimiento, la Iglesia católica no ha hecho más que perder
influencia en las conciencia individuales y en las
sociedades occidentales.
A mediados
de los sesentas, el mundo continuaba dividido entre dos
concepciones enfrentadas: el materialismo capitalista y el
materialismo comunista: dos sistemas sociales e ideológicos
que aplastan de igual manera al individuo obligándoles a no
ser más que meras piezas dentro de un engranaje diseñado y
conducido por esferas de poder.
En 1968 hubo
una reacción contra esta forma de tiranía cultural,
económica e ideológica. Protagonizados especialmente por los
estudiantes universitarios, se produjeron levantamientos en
las universidades de Estados Unidos, de Francia y de
Checoslovaquia: la esencia de esta revolución puede ser
resumida en esta frase: “No queremos ningún paraíso utópico
que prescinda de la subjetividad del individuo, de sus
necesidades y de su creatividad”. Es decir, se reivindicó el
derecho del individuo a vivir según su propia conciencia.
La llamada
revolución del 68 fue aplastada por los tanques soviéticos
en Checoslovaquia y por el enorme poder de seducción y de
narcosis propio del materialismo capitalista. Nos obstante,
el espíritu de la llamada contracultura continuó de forma
larvada en los países occidentales. Muchos de los primeros
que se acercaron a las tradiciones espirituales orientales,
tanto en Europa como en Estados Unidos, procedían de la
militancia sesentaochista. Otros militantes de la revolución
de las flores fueron los pioneros de movimientos sociales
que están teniendo una gran relevancia social en la
actualidad como por ejemplo el movimiento ecologista, el
movimiento por la igualdad de derechos de las mujeres, el
movimiento pacifista o los movimientos por el equilibrio
Norte-Sur o el movimiento de las ONG.
Todos estos
movimientos tienen en común un principio: la necesidad de
hacer un mundo más humano partiendo y teniendo en cuenta al
individuo. Se trata de una revolución civil pacífica que
pone al individuo y a sus necesidades no solo materiales,
sino también emocionales y espirituales en primer plano.
Ahora bien,
¿cómo provocar esta revolución pacífica? ¿por dónde empezar?
Actualmente
nos encontramos con dos opciones:
A)
Transformar primero las estructuras sociales, la
leyes, las relaciones de poder, las instituciones de forma
que las nuevas estructuras faciliten la aparición de un
individuo nuevo.
B)
Transformar primero al individuo de forma que el
nuevo individuo transformado dé lugar a nuevas estructuras
sociales, nuevas, leyes, nuevas instituciones y nuevas
relaciones sociales.
Durante casi
toda nuestra historia como especie, los seres humanos hemos
optado mayormente por la opción A. Sin embargo, los
reiterados fracasos de las transformaciones externas
deberían hacernos ver que sin una verdadera transformación
en el interior de las subjetividades individuales, los
cambios externos no se sostienen o degeneran fácilmente en
dictaduras colectivistas de un signo o de otro. La verdadera
transformación tienen necesariamente que comenzar en el
individuo para, sin limitarse a él, expandirse a otros
individuos y, de esta forma, incluir a la sociedad en su
conjunto.
Todo esto
para ilustrar que la revolución silenciosa del Zen no está
basada en dogmas externos, en verdades que hay que creer, o
en principios ideológicos a los que hay que adherirse.
Tampoco está basada en el racionalismo, entendiendo
“racionalismo” como absolutización de un determinado sistema
lógico-racional. La Vía del zen está basada en un despertar
armónico e integrado de los distintos niveles de nuestro
propio ser y en una comprensión trans-racional de nuestra
verdadera naturaleza como seres conscientes y del lugar que
ocupa nuestra existencia individual en el seno de la
totalidad.
Zen es una
experiencia existencial profundamente subjetiva cuyos
efectos tienen una influencia directa sobre la realidad
objetiva o social.
Repito, el
Zen no es una ideología, ni un conjunto de creencias
dogmáticas. Es una praxis, una práctica, una experiencia, la
más directa, la más inmediata, la más intima que podamos
tener. La práctica del Zen parte de dos preguntas
esenciales: ¿Qué o quien soy yo? Y ¿Qué es esto?
La
clarificación de la naturaleza de nuestra propia identidad
(subjetiva) y de la naturaleza de la realidad (objetiva) en
la que vivimos es la tarea fundamental que nos corresponde
como individuos dotados de conciencia, con capacidad para
conocer y para vivir en armonía con el conocimiento
adquirido.
La práctica
de la meditación ha sido desde la antigüedad y sigue siendo
hoy día una forma excelente de conocimiento, de experiencia
trans-racional y de transformación. Sentados en silencio, en
la postura corporal adecuada, con la actitud mental
apropiada, nos hacemos íntimos con nosotros mismos, con las
sensaciones que experimentamos, con nuestras emociones, con
nuestros pensamientos, anhelos, miedos, etc. “Conócete a ti
mismo y conocerás la totalidad”, frase socrática que el gran
filósofo tomó del frontispicio del Oráculo de Delfos.
Actualmente
una sola ideología domina el planeta: sólo puedes ser feliz
viviendo en un sistema social basado en la opulencia
material, en el consumo por el consumo. Es la ideología del
enriquecimiento material ilimitado. Esta ideología está
causando una enorme destrucción de los valores más íntimos
del ser humano, de las relaciones entre seres humanos y
entre naciones, así como del nicho ecológico imprescindible
para que la vida humana sigue existiendo. Es una ideología
altamente alienante que todos estamos sufriendo de una
manera o de otra, nos demos cuenta o no, lo queramos o no lo
queramos.
Es hora de
despertar de este sueño que ya va camino de convertirse en
pesadilla.
El domingo
pasado leí un reportaje interesante en un suplemento
dominical. Se titulaba “La era de la angustia” y estaba
firmado por Manuel Díaz Prieto. (Magazine, 13 octubre
2002). Os leo algunos párrafos:
“Cuantos más
ricos somos, más infelices nos sentimos. Esa es la cruel
paradoja en la que se halla sumida la cultura occidental.
Así, mientras los indicadores de desarrollo muestran el
constante progreso de los países industrializados, la
angustia se ha convertido en una epidemia social. ¿Cuáles
son las causas de esta sensación de que el suelo se mueve
bajo nuestros pies, de este desasosiego general? (…)
(…) La
angustia y el desasosiego permanente se han convertido en
una epidemia imparable que aparece estrechamente enraizada
en nuestro propio estilo de vida.
Los síntomas
son tan perceptibles en la actualidad que la OMS advierte
que los trastornos emocionales, la angustia o la depresión
se convertirán en un futuro cercano en la segunda causa de
morbilidad, sólo superada por las enfermedades
cardiovasculares. En España, ahora, un 10 % de la población
está afectada. Es decir, casi cuatro millones de personas
(…)”.
Conócete a
ti mismo y sé tú mismo en la acción de conocerte a ti mismo.
No te conformes con lo que te digan otros acerca de quién
eres, ni acerca de lo que tienes que hacer. Descúbrelo tú
mismo y vive de acuerdo a tu propio ser. Pues la principal
causa de angustia y ansiedad es la de ser un desconocido
para sí mismo y la de vivir en una realidad incomprensible,
es decir, la alienación mental.
El Buda
Sakiamuni dijo: “No creáis lo que os digo por el sólo hecho
de que os lo digo yo. Buscad en vosotros mismos las raíces
de vuestro sufrimiento. Encontrad las semillas de la
verdadera felicidad. Tomad mis enseñanzas como una hipótesis
de trabajo que vosotros mismos debéis confirmar y
experimentar”.
Este es el
espíritu del zen: siéntate, siéntete, sé tú mismo, y desde
el fondo de ti mismo, levántate, camina y vive.
Dokushô Villalba
(*)
Conferencia impartida por el maestro zen Dokushô Villalba en
la Facultad de Filosofía de la Universidad de Santiago de
Compostela el 16 de octubre de 2002.
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